Cortoplacismo y barbarie

Jordi Cardero
3 min readFeb 19, 2021

El martes por la noche nos acostamos borrachos de Mbappé y el jueves por la mañana nos levantamos con resaca de Haaland. Después de que Kylian hiciese del Camp Nou el patio de juego del niño abusón de clase, todos pensamos que el francés era la solución a todos los problemas de nuestro equipo. Pero con la réplica de Haaland en Sevilla, el héroe que necesitaba nuestra ciudad era, sin ningún tipo de dudas, el noruego.

En lugar de disfrutar de la lenta y dolorosa despedida de Leo Messi y Cristiano Ronaldo, de sentir sus últimos coletazos antes de que se conviertan en un recuerdo que esta vez no estará endulzado, el mundo se empeña en nombrar a sus sucesores para no sentirse huérfanos de ese algo superior, de restablecer la monarquía.

El fútbol no tiene perspectiva, prefiere embriagarse de la vida carpediemesca y formar opiniones totalitarias y esotéricas antes de preguntarse. El calendario vomita partidos cada día: Liga de viernes a lunes, Champions League los martes y los miércoles, Europa League los jueves y la Copa cuando Europa para a descansar. Apenas tenemos tiempo para cuestionarnos debates futbolísticos que convertimos en morales porque el fútbol va más rápido que la vida misma. Si el Manchester City le gana al Liverpool, el único fútbol que existe es el de Guardiola; pero si pocos días después a Haaland y Mbappé les da por jugar a ser dioses es que la partida se la está ganando el físico y no el talento. Como si estos dos no las llevaran de la mano.

Cuando el Barça sucumbió en Roma, el debate se torció hacia el fútbol físico, como si solo pudieran practicarlo deportistas con cuerpo apolínicos. Andrés Iniesta y Luka Modric escuchaban desde la distancia, mientras Pedri y sus recuperaciones pregonan el físico que no se ve. En el Camp Nou empezó a resonar el mensaje absolutista de que “con Arturo Vidal no habría pasado lo de Roma. Un año después, Anfield explicó que aquello iba más allá y las mismas voces, ajenas a la cultura del club, suplicaban por Klopp y su caos organizado. Cuando el Bayern destrozó al Barça en Lisboa, el problema de base era que Göretzka estaba más fuerte que Busquets. No hay espacio para replantear las cuestiones de fondo, para el cómo y el por qué.

En el fútbol, que es cíclico, no tiene memoria. Todo se va y todo vuelve. Y aun así, nos basamos en lo que acaba de ocurrir para explicar el presente y proyectar un futuro con destino fijo. Preferimos apelar al cortoplacismo, a la cienciología, antes de entender que en un partido hay tantos como ojos que lo ven. Bastaría con tomarnos un tiempo de descuento para sacudirnos de aquello que nos hace cabalgar hacia las emociones reactivas, las que tratan de justificar, abrazadas a la barbarie, de que existe un único fútbol.

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