El año que nunca existió

Jordi Cardero
4 min readApr 5, 2021

Jürgen Klopp le negó al Liverpool el derecho a morir. Tras levantar Champions League, Copa del Mundo y Premier League, como si hubiese llegado a la línea de meta impulsándose con el último aliento, extasiado, se desvaneció con la cuerda de un calendario que le tensaba el cuello y una concatenación de lesiones que abrió la trampilla. Comenzó la temporada que nunca tendría que haber existido, con la obligación de olvidar excusas y cumplir exigencias.

La noche de reyes de 2018, Anfield se reconcilió con la magia. Un gigantón holandés sobrevoló el área de Jordan Pickford para marcar el segundo y definitivo gol al Everton, a pocos minutos del final, para mandar al Liverpool a la siguiente ronda. “Es como jugar con tu hermano mayor”, reconoció Oxlade-Chamberlain. Con Van Dijk, Klopp terminaba su puzzle más personal. Todo recobraba sentido: impulsar la presión roja en campo rival, hacer de su propia área un muro contra el que chocar y no un lugar en el que el rival se extasiara. Culminaba una idea, anárquica y rockandrollizada, como si el alemán y Van Dijk hubiesen estado años esperando a encontrarse.

En Kiev, desde la derrota y medio año después de Van Dijk, el Liverpool empezó a cambiar el relato. El equipo demostraba en las grandes citas qué podría llegar a ser, pero se encallaba a las puertas del cielo. No fue hasta que prolongó aquel nirvanesco estado mental al día a día cuando aprendió a mantenerse en la cresta de la ola. En la final de Copa de Europa perdida ante el Real Madrid, nació el último Liverpool.

El viaje lo culminó levantando la Premier League, treinta años después. Sin tiempo a celebrar ni descansar, otra temporada comenzó. Y con ella, la obligación de seguir surfeando los cielos. Esperando otro duelo ante Manchester City y múltiples frentes abiertos en Europa, Klopp decidió subir la apuesta con Thiago y Diogo Jota. Thiago parecía un fichaje contranatura: un director que quiere la música al pie en una orquesta de ritmo altísimo, donde la música viaja por fuera. El objetivo era hacer un Liverpool más fuerte ante equipos que rehusaban al balón, camaleonizarse. Llegar al área no solo con las bombas de Alexander Arnold y Robertson, descubrir otras rutas. Por otro lado, Jota se presentaba en Anfield como una alternativa real a Mané, Salah y Firmino. Sus primeros actos, con clímax en Bérgamo, parecían intuir que con el portugués podría empezar a tambalearse la dinastía del tridente. Algo positivo para el equipo, que ningún otro futbolista -con Origi esperando que llueva suerte- desde la marcha de Coutinho consiguió. Pero la lesión de Jota dejó a Klopp sin margen de maniobra. Sin el portugués, ni la mala racha del tridente entreabre la puerta del banquillo.

La temporada del Liverpool no puede explicarse sin la lesión de Van Dijk, pero tampoco sin la de Jota. La historia de esta temporada es la de una maldición. “Cuando nos miramos no nos vemos como somos, sino como éramos”, escribió Mercè Rodoreda. Y tratando de agarrarse a su alma, aun sin el aura de Van Dijk, el equipo intentó jugar a lo mismo. De la emergencia nació un Fabinho como central que mejoraba lo existente pero abría una brecha en el centro del campo. Tampoco sin Joe Gomez ni Matip, el laboratorio de Klopp empezó a explorar el prueba y error en un día a día que no admite un término medio entre la certeza y la devastación. Y pasaron por el camino Henderson, Rhys Williams, Nathaniel Phillips y los recién llegados Kabak y Davies. Parches sobre parches que no curaban heridas.

El Liverpool ha conseguido controlar el incendio a la llegada de la primavera. Y ahora vuelve al punto inicial: Kiev. Recupera la piel del underdog, el gigante dormido al que parece quedarle tan lejos aquella final ante el Madrid como las copas levantadas. Las lesiones convirtieron el año de la defensa del trono en un extremo ejercicio de supervivencia. Klopp instauró en Anfield el negacionismo a la muerte y el Liverpool ha empezado a olvidar el año que nunca tendría que haber existido. Tras la tierra quemada, ha renacido un equipo que sigue dispuesto a volver a quemarlo todo.

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