Guardiola después de Cruyff

Jordi Cardero
6 min readMay 29, 2021

¿Cuál es la primera palabra que te viene a la cabeza cuando piensas en Guardiola? ¿Es Barça? ¿Quizá Cruyff? ¿Messi? Posiblemente cualquier reflexión iniciática termine desembocando en el paradigma del cruyffismo y otros dichos populares, el primero de ellos proclamado por el mismo Guardiola en miles de ocasiones. Porque Pep se lanzó al banquillo con el libro de Johan memorizado y parecen materia indisociable. Pero, a las puertas de su tercera final de Champions League, Guardiola se presenta en Porto habiendo roto las cadenas del discípulo.

Poner a Pep delante del espejo abruma, sintetizar su figura en base a su fútbol nos presentaría un perfil incompleto. No es que sea uno de los arquitectos más meticuloso e intervencionistas del universo del fútbol, es que se ha convertido en el arma que más te puede acercar a la victoria. Nada te garantiza títulos. Absolutamente nada lo hace, ni jugadores ni billetes a montones. No lo ha sido tener a Leo Messi ni lo sería fichar a Haaland y Mbappé. Y con el Real Madrid de Zidane fuera de ecuaciones y análisis por escapar a la razón, Guardiola es la figura del mundo del fútbol que más cerca puede situarte de los cielos. Cortita y al pie: la forma más fácil de ganar es tener a Pep.

Guardiola hizo renacer el cruyffismo en Barcelona para quitar el polvo a los cimientos de un club que, tras levantar la Champions de París, empezaba a tambalearse. En Múnich exploró los límites de su paradigma y lo adaptó a la cultura alemana. Reformó un equipo que venía de ganarlo todo, el sextete. Porque nunca fue el qué, sino el cómo. Y no ha sido hasta su etapa en Manchester cuando hemos visto su punto más álgido como entrenador, donde ha explorado verdaderamente nuevos caminos. Su marco mental sigue aferrado a Cruyff porque empezó a escribir el curso de Guardiola. Pero un día giró la página de su libro y le seguían hojas en blanco. Mantuvo las formas, dinamitó los fondos.

Al llegar a Manchester, Guardiola se encontró un lienzo en blanco. La falta de tradición e historia -antónimos a Barcelona y Munich-, los amigos de la directiva y el amplio margen para fichar le presentaban un proyecto único. Desde cero y con la libertad absoluta para proyectar un fútbol de autor. Y de hacerlo en la Premier League, la liga donde estilos más distintos han convivido durante la última década, la más exigente. El Leicester City soñador de Claudio Ranieri, el rock and roll de Jürgen Klopp en Liverpool, el correoso Tottenham de Mauricio Pochettino, los intentos de regreso a la élite de José Mourinho y el imperial Chelsea de Antonio Conte.

El Manchester City ha supuesto su mayor reto como entrenador

En Manchester no había formas parecidas a Messi, Lewandowski, Xavi, Lahm, Iniesta, Müller o Dani Alves. Había rostros pixelados. Las estrellas han llegado después del equipo. Porque el City no es un equipo galáctico pese a fichar a mansalva, sino más bien la suma de anónimos que se han convertido en estrellas a consecuencia del conjunto. Pocos llegaron hechos, pero todos se han transformado en algo superior. Con ellos, Guardiola reventó la barrera cultural inglesa para empezar a construir un relato dominante y arrollador. Como creador, ha tenido un impacto en la forma de jugar y entender el fútbol en centenares de equipos de todo el planeta: la necesidad de que el portero tenga buen pie, el rol de los laterales y los extremos, el falso nueve… Si los skyblue jugasen con una camiseta distinta, no sería muy complicado adivinar que se trata de un equipo dirigido por el catalán.

Por el punto de partida, la competitividad del día a día y la proyección colectiva e individual, el Manchester City es la mayor obra de Guardiola. En cada una de sus cinco temporadas en Inglaterra ha ido matizando el equipo, ha ido inventando diferentes Manchesters a raíz de la posición de los laterales, la agresividad de Ederson, la jerarquía de Rubén Dias, jugar con Agüero, uno de los delanteros más importantes de la historia de la Premier League, o hacerlo con falso nueve, transformar a De Bruyne, ser capaz de olvidar a David Silva, observar el nacimiento de Phil Foden…

Todos los jugadores que ha tenido Guardiola en Manchester han cambiado, desde supérfluos matices en la forma -Mahrez, Rodri o Fernandinho- a completas fiestas de disfraces. Zinchenko es un mediapunta reconvertido a lateral, Cancelo un lateral atacante que ahora tiene tintes de interior y puede jugar en las dos bandas, a Sterling le ha llevado muy por encima de su nivel.

Pep no ve futbolistas sintéticos, esotéricos. Imagina nuevas formas, nuevas lenguas adaptadas a su idioma. El summum es De Bruyne. El belga, rechazado en su día por el Chelsea de José Mourinho, es el mayor invento de Guardiola tras Messi. Nació como extremo y ahora Pep le ofrece absoluta libertad porque sabe que es uno de los suyos. Uno de esos poquísimos futbolistas superdotados de pies y cabeza. Esta temporada, Gündogan ha seguido sus pasos. Una vez, el catalán dijo que si pudiese, jugaría con once centrocampistas. En ese sueño de Guardiola -porque con él apenas existen utopías- estaría el alemán, que esta temporada se ha vestido con la piel de delantero, siendo el máximo goleador de los cityzens.

De Bruyne es el mayor invento de Guardiola tras Messi

La Champions League cerraría el maravilloso círculo que empezó a dibujarse cuando Guardiola aterrizó en Manchester. Su City ha sentido el vértigo de Europa porque es la competición donde más componentes extrafutbolísticos toman partido, algo que corrobora el aura del Real Madrid. Cayó el primer año ante el pueril Mónaco de Mbappé. En su segundo intento sucumbió ante el diabólico Liverpool de Klopp en la perfecta tormenta de Anfield. A la tercera, contra el superviviente Tottenham de Pochettino, Fernando Llorente le usurpó la final. Y al cuarto intento, de forma incomprensible y fallando goles a puerta vacía, el Olympique de Lyon les noqueó en cuartos de final.

Un equipo de Guardiola nunca será campeón por accidente. Las caídas en Europa responden a la falta de jerarquía y experiencia. De Bruyne y Rubén Dias, con un impacto inicial comparable al de Van Dijk en Anfield y al del añorado Kompany, son los principales pilares. Sin embargo, la figura más diferencial del equipo no toca el balón con los pies, sino que es el encargado de imaginar y diseñar lo que pasará en el terreno de juego.

Como toda una generación en Barcelona, las más recientes del bando azul de Manchester no habrán conocido otro fútbol que no sea el de Guardiola. Decía Gabriel García Márquez que “ningún lugar de la vida es más triste que una cama vacía”, lo sabe el Barça. El vacío que quedará lo habrán construído instantes, años, que durarán una eternidad. Ningún análisis ni comparación podrá apartar su huella. Tampoco en el noroeste de Inglaterra cuando Pep se despida.

Anclar a Guardiola al cruyffismo es simplificarlo

La misma plantilla del Manchester City, haciendo los mismos ejercicios en los entrenamientos, idénticas rutinas, pero con otro entrenador, no sería el mismo equipo. Ni ganaría lo mismo ni lo haría de la misma forma. De Guardiola lo conocemos todo: filias y fobias, futbolistas favoritos, ideología política y corriente futbolística. Y aun así sigue siendo inescrutable a causa de la constante evolución de su fútbol y el intervencionismo radical. No se le puede simplificar anclándole al cruyffismo como forma de expresión porque suena a tópico, a hueco. Ha ido más allá.

Es imposible conocer el techo y las paredes que va a tener su camaleónico City cuando comienza una nueva temporada. Incluso dentro de un mismo partido. Lo demostró en la eliminatoria contra el PSG. En el descanso de la ida cambió al equipo sin introducir substituciones para remontar un 1–0 en contra. En la vuelta no titubeó al decidir jugar contra los frenéticos franceses al contragolpe. Destruyó purismos, el relato del tiqui taca dejó de ser una losa. Sacudido de nomenclaturas, Pep ha moldeado y trascendido el cruyffismo.

Guardiola es la diferencia. Se le achacó no saber ganar sin Messi, sin talonario, sin un equipo campeón y hasta obligó a detractores a inventarse una narrativa que contase con un nuevo significado de la idea de fracaso, llevándola a niveles terrenales y cuotidianos. Podrá caer en Porto, pero año tras año mientras Pep siga en Manchester, su City garantizará poder soñar con todo. Porque Guardiola y su fútbol hipnotizante son y serán la mayor de las armas.

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